¿VALIÓ LA PENA?
- Bany
- 16 dic 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 mar 2020
2 hermanos que pasan por decisiones difíciles entre seguir con sus trabajos normales o tomar el camino del encierro en la oscuridad.

Me encontraba con una especie de chaleco salva vidas naranja abrazado a mi cuello, junto a mi hermano que experimentaba lo mismo, derramando caminos de agua que salían de sus ojos, uno tras otro, acariciando sus mejillas. No sé si eran lágrimas o agua salada, ya que fuimos rescatados en el medio del océano donde pasamos solos 1 semana en un bote vía Libia.
Años después, situados en La Habana, Cuba, ambos vivíamos y trabajábamos de barberos, labor que fuimos puliendo a través de los años volviéndolo un talento y una pasión. Nos encantaba el fumar cigarrillos mientras cortábamos barbas de oreja a oreja e intercambiábamos opiniones políticas y de vida con los clientes, que eran los pueblerinos de la zona. Eran tiempos de escaso trabajo pero nunca faltó un plato en nuestra pequeña mesa para dos. Lamentablemente, a mi hermano siempre le han gustado las cosas lujosas y el dinero fácil, yo por otro lado, me conformaba con mi pequeña pero grande pasión de cortar cabello, aunque confieso que un buen reloj y cadenas de oro me sentaban muy bien.
Un turista africano que optó por sentarse en nuestra silla de barbería, nos propuso un trabajo en sus tierras, donde la idea principal y de persuasión hacia un “si” era el de ganar más dinero sin mucho esfuerzo, cosa que no pasamos por alto. Al llegar a las tierras lo salvaje brotaba por mis venas y me volvió ese cavernícola que siempre hemos sido. Las horas de trabajo comenzaban la noche del día siguiente de llegada. Mi hermano se encontraba ansioso conversando con los demás sujetos, pero mis nervios y dudas me invadían cada vez más mientras mis dedos inspeccionaban el arma de fuego en mis manos, objeto que ya había tenido una vez en Cuba pero que nunca quise averiguar si funcionaba o no.
Llegado la hora de posicionarnos, agarré con fuerza el arma y me llené de valentía, aunque tuve que congelar mi corazón para poder acabar con mi objetivo, donde al jalar mi gatillo, mis ojos cruzaron con los suyos, sintiendo como la culpa, el arrepentimiento, el dolor y el miedo se apoderaban hasta de mi alma. Mientras los demás culminaban el trabajo, mis oídos percibieron un sonido muy familiar al de unas sirenas policíacas. Mis piernas no dudaron en montarse en el vehículo y huir de ese lugar pero al ver a mi hermano todavía en acción, mi instinto de hermandad no me permitió dejarlo solo ahí. Incorporándome a su lado y arrastrándolo hacia el vehículo percibí la soledad en toda la zona, pude ver mi vida pasar ante mis ojos como si me hubieran matado. Nos habían dejado solos ahí, junto al trabajo.
Mi mano izquierda, sucia de lamentos e ira, raspaba con las esposas, donde la otra parte estaba atada a la de la derecha de mi hermano, el cual no me habló ni mi miró en todo el camino y tampoco quería que lo hiciera. Al llegar al aislamiento o prisión, como mejor se entiende, no era tan grande como uno espera; espacio que me aterraba ya que los presos superaban cinco veces su capacidad. El ingreso fue el esperado, nada de comida ni agua, solo un incómodo puesto en las escaleras del lugar donde pasaríamos los próximos 30 años.
Reflexionando la primera noche y las que nos quedaban, extrañaba mis tijeras y mi buena mezcla de afeitar, preguntándome si haber matado aquel rinoceronte para vender sus astas por unos cuantos billetes, acabando en este sitio oscuro, sucio y desagradable, que seguir cortando cabello y vivir humildemente como lo hacíamos, habrá valido la pena.
- Bany.
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